Un crujido resonó en el silencio de la galería.
Un crujido.
Y una boca que se alza sonriendo, con un dedo entre los dientes.
Y un grito:
-¡Bestia comunista!
-¡Bestia comunista!
El grito es de la hermana María de los Serafines.
Mercedes acerca su pañito almidonado al pie del Niño Jesús y cubre su amputación como quien cura una herida. La monja vuelve a gritar:
-¡Bestia comunista!
Y propina un golpe seco con el puño cerrado en la boca de Tomasa.
Un vuelo de hábitos, de anchas mangas blancas dirigidas a un rostro que no ha perdido la sonrisa.
-La voz dormida-